lunes, 25 de junio de 2012

NOS VOLVEMOS A VER EN EL PENICILINO EL DOMINGO 22 DE JULIO A LAS 17:00
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martes, 19 de junio de 2012

LAS MANIFESTACIONES

Esta vez voy a ser muy breve y bastante poco académica. En el último café filosófico dinamizado por Óliver ya se hizo mención de importantes referentes teóricos como puedan ser Primo Levi, integrantes de la escuela de Frankfurt como Marcuse, Ortega y Gasset, etc.
Las conclusiones a las que llegamos me sirven aquí de pretexto para adentrarme un poco más en la significación simbólica de la manifestación y para atisbar ligeramente su devenir histórico y transformación a lo largo del tiempo. Advierto de que el rigor y referencias de autoridad no van a ser mi prioridad, sino la exposición de mis intuiciones, influenciadas por cosas escuchadas y leídas que otros dijeron, pero cuyos nombres sería aquí y ahora difícil enumerar.
Tras un interesantísimo excurso que llevó a Óliver a proponer un giro a partir de la pregunta que habíamos planteado inicialmente (¿para qué sirven?) y que puso el acento no tanto en la finalidad a conseguir sino en los motivos que animan a la acción, se llegó a las siguientes dos conclusiones:
1. Sí puede permitir la expresión libre de una protesta o reivindicación
2. No permite en cambio agrietar el poder establecido

Hubo una insistente matización en que esta es la situación aquí y ahora. Esto nos condujo hasta la situación actual de las democracias como contexto más amplio en el que las manifestaciones tiene lugar y se significan; y como añadido me planteó la cuestión de ¿cómo era antes?, y ¿por qué ahora es distinto?.
Estas preguntas que afectan al factor tiempo se nos vuelven históricas sin remedio. Y por ello me dije, "habrá que hacer historia de la manifestación". Pero esta tarea se me hace grande, así que pensé, vamos a hacer antropología de la manifestación, e igualmente me pareció ardua la tarea. Así pues, nada más que dejaré apuntadas dos sendas que nos permitan comprender un poco mejor las dos conclusiones a las que llegamos en el café anterior.

Empecemos por el principio, por la historia. ¿Desde cuándo se han producido manifestaciones? Desde luego en otro contexto totalmente diferente, ya Herodoto menciona una protesta popular en torno al año 1166 a.C. en el Egipto  del reinado del faraón Ramsés III. Al parecer los trabajadores que construían el sepulcro del soberano vieron mermada su ración diaria de víveres y, cuando la situación empeoró aún más, arrojaron sus herramientas y se declararon en huelga.  Los descontentos marcharon hacia el palacio real y pidieron que aumentaran sus raciones de comida. Finalmente, consiguieron que el faraón atendiese a sus reivindicaciones. Al parecer, la comunidad obrera de las tumbas reales desarrolló tres huelgas bajo el reinado de Ramsés III, siempre por los mismos motivos, retrasos o disminuciones en el sustento.
(Extraído del blog http://viajehistoria.blogspot.com.es/2007/07/la-primera-manifestacin-de-la-historia.html)
 Tantas paradas podrían hacerse en el discurrir de los siglos... Me llamó la atención una por lo cercana. Se trató de la rebelión del pan en Tierra de Campos en el siglo XIX. De nuevo, como en la del antiguo Egipto, lo que motivó a la gente a levantarse fue el hambre, la más pura necesidad. Como también ha sucedido otras veces, el poder vigente trató de ahogar la furia de los manifestantes por la fuerza, ajusticiando a los incendiarios con la muerte pública. Pero como suele suceder también en estos casos, el precio de la lucha pagado con la vida no suele quedar en el olvido.  Siempre hay algún tipo de consecuencia, alguna grieta, más profunda o más somera, en el muro aparentemente infranqueable del poder. En el caso de los motines del pan de los terracampinos, los 21 ejecutados y los 61 encarcelados sofocaron la rebelión, pero finalmente provocaron la defenestración del general Espartero durante el bienio progresista y aún trajeron varios quebraderos de cabeza a su sucesor O'Donnell.
http://www.elnortedecastilla.es/v/20100206/cultura/castilla-revoluciones-20100206.html 

Siempre trae consecuencias aún cuando no sean inmediatas, aún cuando sean a un coste demasiado alto. Seguramente un balance de esfuerzos y resultados haga pensar que NO ha servido para nada. El ángulo es diferente si nos preguntamos por qué se ha hecho y no para qué y animo al lector a que se mantenga en este enfoque, para no caer en el juego de los costos y beneficios que pudieran llevar al desánimo y la frustración, además de la manipulación.
Las manifestaciones sociales, tal y como hoy las conocemos, surgen en el ámbito de las democracias liberales y en el proceso de conquista de los derechos humanos.  En su comienzo no estaban permitidas. Se inscribían en el ámbito de la lucha obrera y de partidos. Tenían, por tanto, un cariz eminentemente político. No es desdeñable recordar que gracias a las manifestaciones sindicales el acto mismo de reunirse, asociarse y manifestarse se convirtieron derechos; y no sólo eso, el territorio conquistado se fue ampliando poco a poco (el ámbito de derechos ganados fue creciendo) hasta constituir un rasgo insobornable e incuestionable del estado de derecho. En perspectiva, la movilización y la lucha obrera de finales del XIX y principios del XX parecían eficazmente incardinadas con el cambio social. Si bien es cierto que no siempre se producían según una relación directa de causa y efecto, sí que podía defenderse su eficacia, incluso con casos como los de Clara Campoamor, en los que la consecución del logro definitivo de la lucha no se produjesen sino a título póstumo y tras una serie de transformaciones previas. Recordemos que Clara Campoamor defendió casi en solitario el sufragio femenino en España como un derecho inalienable de las mujeres consideradas como ciudadanos iguales. La izquierda la criticó y la derecha la apoyó, pero por motivos bien distintos a los de la diputada. Ambos creían que la mujer española de los primeros años 30 estaba poderosamente influida por la iglesia y su voto inclinaría los resultados hacia el lado conservador. En el fondo de este argumento está la no consideración de la mujer como un ciudadano con pleno de derecho y capacidad de decisión propia. Por eso digo que, aunque en 1931 Clara Campoamor consiguió apoyos suficientes para inclinar la balanza del Congreso a favor de su propuesta, no fue hasta la constitución de 1978 cuando las verdaderas razones que animaron su reivindicación fueron admitidas. Este es, además, un ejemplo de cómo intereses distintos a los que empujan a la lucha social pueden contribuir al logro de los objetivos de la misma. Muchos dirían que tal consecución final queda empañada por la concurrencia de actores que esperan sacar algún beneficio de orden distinto al que en su origen esperaban los promotores de la misma. Esto es algo tan frecuente en el juego de fuerzas que supone la lucha y el cambio social, en el que a menudo se encuentra infiltrada la lucha y el interés político y de partidos o grupos de interés, que más fuerza añade al cambio de perspectiva necesario que hemos defendido. Sólo si nos mantenemos fieles a nuestros principios conseguiremos la plena satisfacción de nuestras aspiraciones, sean cuales sean los logros finales que resulten de ellas.

¿Y qué sucede en la actualidad? Pues sucede que las manifestaciones se han convertido en parte del status quo. Se han convertido en un derecho ciudadano respetado y a cuyo ejercicio cotidiano estamos más que acostumbrados, vacunados. Quiero decir con esto que ya no nos produce ningún efecto ni sorpresa. Vemos habitualmente manifestaciones en los medios de comunicación; un grupo de personas reunidas, paradas en una plaza o caminando a paso quedo por algún itinerario urbano, cercadas por fuerzas del orden que velan porque todo se desarrolle con normalidad y, básicamente, el tráfico fluya a pesar de todo. Si antes eran obreros enardecidos por el pisoteo de sus derechos o integrantes de sindicatos o partidos, hoy podemos encontrar una amplísima gama de manifestantes, desde ruidosos hasta silenciosos, desde circunspectos hasta simpáticos. Y las reivindicaciones que abanderan son igualmente variadas: desocupados, afectados por los desahucios, amantes de la familia, de los animales, de la bici, padres que quieren la custodia de sus hijos, personas deseosas de independencia o del fin de la violencia contra inocentes, indignados contra los bancos, seguidores de Michael Jackson, y un largo etcétera. La ausencia de violencia hace del desarrollo de las manifestaciones algo cada vez más rutinario y, si se me permite, anodino. Esto lleva a algunas personas a decir que sólo si hay radicalidad y agresividad se consigue llamar la atención y que las voces de los manifestantes se desautomaticen y empiecen a significar algo más que un síntoma del buen funcionamiento del sistema. Habría que preguntarse si ese argumento no es más que una justificación para la violencia que bien merecería la pena cuestionar para pasar a  indagar antes otras posibilidades.

Sean antiguas o presentes, eficaces o ineficaces, ¿qué caracteriza a las manifestaciones en general?
Yo defendí en mi contribución al café filosófico anterior que lo que constituye la causa de su efecto es la ruptura del "status quo" del espacio urbano. Y paso a explicarme. Las calles están hechas para el paso fluido, no para que en ellas se detengan personas o circulen a poca velocidad produciendo taponamientos. Las grandes plazas y los altos y robustos edificios oficiales se construyeron para simbolizar la ostentación e inamovilidad del poder, induciendo en los viandantes un sentimiento de pequeñez, admiración y retraimiento;  no para que pequeños cuerpos de ciudadanos se adentren en su marmórea estructura, infiltrándose como seres de otro mundo. Fijémonos en algunas de las rupturas más emblemáticas del status quo urbano en nuestro pasado más reciente. Por ejemplo, las protagonizadas por las mujeres de la Plaza de Mayo o el espontáneo de Tian Nan Men. En ambos casos esas personas se inmiscuyeron en espacios urbanos pensados para otras funciones, rompiendo de la manera más sencilla e inofensiva en apariencia una representación teatral mastodóntica en la que las personas quedaban relegadas a un mero papel de espectador para pasar a ser agentes activos. Se posicionaron de pronto en los espacios en los que "no debían estar", vestidos como no debían vestir, haciendo lo que no debían hacer, pertrechados con lo que no debían ir pertrechados o sin los pertrechos necesarios para poder ser confundidos con el escenario. Y su repercusión fue inevitable. A partir de ese momento el espacio se transforma y se carga de una significación distinta, ya ligada a ese hecho provocador. Puede ocurrir que, dada la masiva afluencia de manifestantes en las calles que se van acumulando a lo largo del tiempo, en un mismo espacio se solapen espaciotemporalmente marcas de distinta procedencia, produciéndose lo  que Mirta Zaida Lobato ha dado muy acertadamente en comparar con un palimpsesto (http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/historia/Buenos-Aires-manifestaciones-fiestas-rituales-Mirta-Lobato_0_570543147.html). El concepto de palimpsesto pone de relieve el solapamiento espacial de las marcas de los manifestantes producidas en distintos momentos históricos. Así puede suceder, por ejemplo, que un espacio como la Plaza de Colón, en Madrid, se haya convertido en lugar de encuentro para grupos tan dispares como sindicatos, víctimas del terrorismo, grupos de la derecha conservadora, además de simbolizar el poderío del Estado Español y de sus conquistas de ultramar en el pasado. 
Fijémonos también como una vez un acto simbólico como los mencionados comienza a ser parte del escenario deja automáticamente de tener efecto sobre la opinión pública y deja de tener efectividad para el cambio social. Eso es lo que ha sucedido con las manifestaciones de calle ortodoxas y sus tipos: movilizaciones, mítines, etc.   Distintos intérpretes rivalizan por dar el dato más exacto de afluentes, mientras la comparación de las cifras arroja una visión casi antagónica  entre unos y otros. Las manifestaciones corren el riesgo de no ser más que una cuña de escasos segundos destinada a llenar el tiempo de un informativo en el que no tendrán ninguna fuerza, o a no provocar más que un gesto de fastidio de un conductor forzado a aguantar la espera en lo que la calle permanece cortada. Pero aquellos que consideran tener algo que decir, conscientes de que las manifestaciones se han convertido en un globo desinflado, buscan nuevas estrategias para hacer oír su voz y hacerla resonar por entre las melodías discretas. Para ello intentan romper la coraza  impasible del ciudadano ya saturado, mediante la provocación, el escándalo, lo insólito de nuevas formas de acción que se escurran del corsé de lo normalizado y lo normativo y perpetúen la razón de ser de las manifestaciones, que recordemos era cuestionar el status quo. En esta estrategia hay una herramienta que resulta muy poderosa cuando de conseguir indiscreción se trata: el desnudo.  No creo que sea casualidad que en estos días de atención hacia las nuevas formas de manifestación me haya encontrado dos que hagan uso del cuerpo desnudo. Una es la fotografía de Guillaume Herbaut premiada en World Press Photo en la que podemos ver a Inna Shevchenko de 21 años, una de las líderes feministas de Ucrania, con el torso desnudo, en un descampado verde cuyo telón de fondo son un grupo de edificios de fea arquitectura soviética.
Igualmente tuvimos la ocasión de ver rodando por las calles de Valladolid un pequeño grupo de ciclistas nudistas reivindicando la vulnerabilidad de nuestro chasis cuando nos ponemos al lado de los automóviles en las carreteras de la ciudad.  ¿Qué tiene el desnudo que a pesar de su supuesta vulnerabilidad y fragilidad frente al paisaje de cemento y asfalto parece tener tanta fuerza? Los nudistas, no en vano, están permanentemente bajo sospecha de vandalismo y de alterar el orden público, porque muestran algo en el espacio público que siempre debería estar cubierto, o confunden el espacio público con el privado. Bien, pues la fuerza del desnudo se ha convertido recientemente en una herramienta de las nuevas estrategias de manifestantes en todo el mundo. ¿Qué otras estrategias podemos listar? Esta es mi sugerencia para el café filosófico del próximo domingo, y con la idea de conseguir más ejemplos que apoyen este argumento, os emplazo a todos los que queráis asistir al Penicilino a las 5 de la tarde el día 24 de junio.
Un cordial saludo. 

Lorena.